Autora: Ana Muñoz
Las emociones son un elemento fundamental de la personalidad. Todas las personas tienen las mismas emociones básicas, pero difieren en la frecuencia en que sienten una emoción en particular, los tipos de acontecimientos que producen dicha emoción y su manera de actuar cuando la sienten.
Aunque puede resultar difícil decir cuáles son los sentimientos de los bebés y cómo se desarrollan, lo cierto es que durante los primeros meses de vida, los bebés expresan un amplio rango de emociones y manifiestan diversas expresiones faciales que son similares a las de los adultos cuando experimentan diversas emociones.
Muy poco después de nacer, los bebés muestran signos de aflicción, disgusto e interés. Es los meses siguientes, estas emociones primarias se diferencian en alegría, ira, sorpresa, tristeza, timidez y miedo. Las emociones interiores, como empatía, desconfianza, vergüenza, culpa, desconcierto y orgullo surgen más tarde.
Sobre los 18 meses, los bebés logran la autoconciencia, es decir, son conscientes de que están separados de las demás personas y objetos. Esto les permite reflexionar sobre sus propias acciones y medirlas en base a los estándares sociales. A esta edad surge también el auto-reconocimiento, que es la capacidad de los bebés para reconocer su propia imagen.
Las emociones de los bebés
Los bebés utilizan la expresión emocional para comunicarse. Cuando quieren o necesitan algo lloran; cuando quieren estar con sus padres, les sonríen. Si reciben una respuesta al emitir estos mensajes, su sentido de conexión con otras personas aumenta. Además, aprenden que con su llanto o su sonrisa pueden ejercer un efecto en otras personas y lograr algo que desean, de modo aumenta su sensación de poder.
Al principio, el llanto indica incomodidad o malestar físico; más tarde es más frecuente que exprese aflicción psicológica.
La risa aparece al principio de manera espontánea como una expresión de bienestar interior y más tarde pasa a expresar placer con otras personas.
El llanto
Desde la primera semana, los bebés lloran cuando sienten hambre, dolor o frío, y cuando están desvestidos.
Durante las semanas siguientes lloran también cuando se les interrumpe el alimento, cuando se les deja solos en un cuarto o cuando están en un estado de irritabilidad y se les estimula.
Los bebés tienen cuatro patrones de llanto:
- El llanto de hambre básico. Es un llanto rítmico que no siempre está asociado con el hambre.
- El llanto de ira. Es una variación del llanto rítmico en el cual el exceso de aire pasa forzado a través de las cuerdas vocales.
- El llanto de dolor. Consiste en una salida repentina de llanto sin un quejido preliminar, a veces seguido de la contención de la respiración.
- El llanto de frustración. Dos o tres lamentos sin que se detenga la respiración.
Los bebés afligidos lloran fuerte, durante más tiempo y con más irregularidad que los bebés hambrientos y son más propensos a tener arcadas e interrumpir el llanto.
Es importante que la madre o persona que cuida del bebé responda siempre a su llanto, y lo haga de un modo cariñoso y atento, pues así los bebés adquieren una mayor confianza en sí mismos y su capacidad para influir en su mundo.
Al final del primer año, los bebés cuyas madres han respondido a su llanto con ternura, lloran menos, se comunican más de otras formas (balbuceos y expresiones faciales) que los bebés cuyas madres han sido más represivas o los han ignorado. Por tanto, durante el primer año, es preferible equivocarse por exceso que por defecto y no preocuparse por malcriarlo.
La sonrisa
La sonrisa de los bebés pone en marcha un ciclo de confianza y afecto cuando los padres responden a la sonrisa de su hijo, y este responde a la suya sonriendo de nuevo.
Poco después de nacer aparece una sonrisa débil de manera espontánea como respuesta a la actividad del sistema nervioso central. A menudo sucede cuando el bebé está durmiendo. Después de la primera semana, los bebés sonríen cuando están despiertos pero inactivos.
Alrededor del primer mes, sonríen cada vez con más frecuencia y en sus interacciones con los demás. Las primeras sonrisas sociales son breves e incluyen también los músculos oculares (mientras que la primeras sonrisas reflejas utilizaban sólo los músculos inferiores de la cara). A esta edad sonríen al escuchar una voz familiar o cuando se hace palmas con sus manos.
Durante el segundo mes, los bebés ya pueden reconocer a diferente personas y sonríen más ante las caras familiares. Cerca del tercer mes, las sonrisas son ya más amplias y duraderas
Algunos bebés sonríen mucho más que otros. Esto puede ejercer un efecto en las personas que lo rodean. Un bebé feliz y sonriente, que recompensa los esfuerzos de sus padres con sonrisas y gorjeos, tiene una mayor probabilidad de crear una mejor relación con ellos que en bebé que sonríe menos.
Durante el cuarto mes, ya no sólo sonríen sino que empiezan a reír en voz alta. La risa de los bebés se relaciona a veces con el miedo, ya que puede ser una reacción ante algo que lo asusta, como un objeto que aparece en dirección hacia ellos.
A medida que crecen comienzan a reír cada vez con más frecuencia. Entre los cuatro y los seis meses ríen ante estímulos sonoros o táctiles. Entre los siete y los nueve meses, ríen ante situaciones más complejas, como cuando juegan al escondite.
Comunicación emocional entre adultos y bebés
Los bebés son diferentes entre ellos en cuanto a la cantidad de estimulación que necesitan o quieren. Demasiada los cansa, y muy poca no les produce interés. Los bebés influyen en su ambiente y en sus relaciones con los demás cuando expresan sus emociones.
Si una madre mira a su hija y la niña le sonríe, es posible que se acerque a jugar con ella, mientras que si la madre se acerca a jugar con la hija, y ésta vuelve la cabeza, le está transmitiendo a la madre que desea estar tranquila y descansar en ese momento. La madre entiende este mensaje y la deja descansar. Este proceso recibe el nombre de modelo de regulación mutua.
Entre bebés y adultos se desarrolla una relación saludable cuando la persona que lo cuida es capaz de "leer" sus mensajes e interpretarlos correctamente, respondiendo de forma apropiada (por ejemplo, la madre de nuestro ejemplo, que acepta que su hija no tenga ganas de jugar en ese momento, en vez de interpretarlo como un rechazo del bebé hacia ella o insistir en jugar).
Cuando los bebés, al emitir sus mensajes, no logran los resultados que desean, al principio se sienten confundidos, pero siguen enviando mensajes. Por lo general, la interacción entre bebés y adultos va y viene entre estados con baja regulación (cuando no se entienden) y estados con alta regulación (cuando los mensajes se interpretan correctamente y se responde de forma adecuada) y a partir de estos cambios los bebés aprenden a enviar señales apropiadas y qué hacer cuando las primeras señales no dan el resultado esperado.
Cuando el bebé logra comunicarse mediante estas señales de un modo adecuado, se siente feliz, mientras que si no lo logra (por ejemplo, cuando la madre o padre rechaza una invitación a jugar o cuando insiste en jugar después de que el bebé ha indicado que no desea hacerlo) se siente frustrado o triste.
La capacidad para entender los sentimientos de los demás es una habilidad innata que nos ayuda a establecer vínculos con los demás y a protegernos. Incluso los bebés muy pequeños pueden percibir las emociones que expresan otras personas y ajustar su comportamiento de acuerdo con ellas.
Por ejemplo, a las diez semanas de edad, responden a la ira con ira. En una investigación (Termine, Izard, 1988), niños de nueve meses se mostraron más felices, jugaron más y miraron más tiempo a sus madres cuando ellas parecían felices, pero se mostraron tristes cuando ellas parecían tristes.
Cómo afecta a los bebés la depresión de las madres
Las madres deprimidas tienden a pasar por alto las señales emocionales de los bebés, a ser represivas, a considerar a sus hijos como una carga y a sentir que su propia vida está fuera de control. Todo esto puede tener graves consecuencias para sus hijos.
Los hijos de estas madres dejan de enviar señales emocionales y tratan de conformarse chupándose el dedo o meciéndose. Si este modo de reaccionar se vuelve habitual, llegarán a sentir que no tienen capacidad para lograr reacciones de otras personas, que no pueden confiar en sus madres y que el mundo es un lugar inseguro.
Estos bebés pueden padecer diversas perturbaciones emocionales y cognitivas. Tienen mayor posibilidad de permanecer adormecidos, demostrar tensión arqueando y retorciendo la espalda, llorar con frecuencia, parecer tristes o furioso con más frecuencia y mostrar menos interés que los demás niños. Están menos motivados para explorar el ambiente y suelen preferir tareas que requieren un menor esfuerzo.
En su etapa de los primeros pasos tienden a reprimir su frustración y tensión y más adelante tienen más probabilidades de crecer con deficiencias y alcanzar puntuaciones más bajas en pruebas de inteligencia, tener más accidentes y más problemas de comportamiento que, con frecuencia, duran hasta la adolescencia.
Más adelante, tienen también mayor probabilidad de convertirse en personas deprimidas. En un estudio donde medían la actividad cerebral de niños entre 11 y 17 meses de edad, los hijos de mujeres deprimidas mostraron menos actividad en la región frontal izquierda.
Esta región del cerebro parece especializarse en emociones de aproximación, como alegría, mientras que la región frontal derecha se especializa en emociones de retirada, como la tristeza (Dawson, Klinger, Panagiotides, Hill y Spieker, 19929).