Autora: Ana Muñoz
La fobia simple consiste en un miedo intenso y persistente a determinadas cosas o situaciones. La exposición al objeto temido desencadena una respuesta inmediata de ansiedad que puede tomar la forma de un ataque de pánico. Los niños pueden no darse cuenta de que su miedo es excesivo o poco realista.
Para que se diagnostique una fobia simple, el miedo debe persistir durante al menos 6 meses y producir una interferencia importante en el funcionamiento normal del niño o un malestar significativo.
Las fobias más comunes en los niños son las siguientes: a las alturas, la oscuridad, las inyecciones, los ruidos fuertes (incluyendo los truenos), los insectos, los perros y otros pequeños animales. En estos casos temen que pueda pasarles algo malo, como ser mordidos por un perro, golpeados por un rayo, etc.
Los niños con fobias tienden a evitar el objeto temido. Así, un niño con fobia a los perros puede dar un gran rodeo solo para evitar pasar por delante de una casa en cuyo jardín hay un perro. Este comportamiento de evitación suele hacer que el miedo se intensifique, aumentando los problemas que crea en su funcionamiento habitual.
Ciertos estímulos fóbicos pueden evitarse con facilidad sin que interfiera especialmente en sus vidas. Por ejemplo, un pequeño animal puede mantenerse lejos de la vista del niño cuando visita amigos o familiares. En cambio, cuando una situación determinada no puede evitarse, los niños pueden mostrarse agresivos, tratar de huir, esconderse de los padres, gritar, golpear o dar patadas. La intensidad de este comportamiento es un reflejo del grado de malestar y ansiedad que siente el niño/a.
Pueden padecer también síntomas somáticos y depresión. En el 70-75% de los casos puede producirse un desmayo en casos de fobias a la sangre o a las heridas, incluso solo por ver sangre o heridas en televisión o leer una historia donde se habla de estos temas.
Bibliografía: Child Psychopathology. Eric J. Mash, Russell A. Barkley. The gilford Press