Autora: Ana Muñoz
Muchos investigadores consideran que existe una relación entre el cáncer y ciertos patrones de conducta. En 1980, los investigadores Morris y Greer plantearon la existencia de un patrón de conducta al que llamaron tipo C, pero ya a principios del siglo XVIII, un autor llamado Gendron había planteado que las mujeres ansiosas y deprimidas eran proclives al cáncer.
En 1959 Leshan realiza una revisión bibliográfica sobre este tema y concluye que la desesperanza, la pérdida y la depresión son, con frecuencia predictivas de la aparición del cáncer.
Características de la personalidad tipo C
1. Depresión. Los estudios realizados no permiten afirmar que la depresión juegue un papel importante, pero sí puede ser un factor adicional en el desarrollo y aparición del cáncer, y las personas con depresión tienen un riesgo más alto de morir de cáncer años más tarde.
2. Desamparo y desesperanza. Esta característica ha sido relacionada con la parición del cáncer de un modo más consiste. Se ha visto que puede ser un buen predictor del desarrollo de cáncer de mama y melanomas, así como de las recaídas de la misma enfermedad. Estas personas suelen reaccionar con desamparo e impotencia ante acontecimientos estresantes.
3. Falta de apoyo social. La pérdida de personas importantes es uno de los factores que puede contribuir al desarrollo del cáncer. Así mismo, la pérdida o la ausencia de buenas relaciones con los padres puede se un predictor del cáncer y las personas con mayores recaídas de la enfermedad presentan un mayor número de pérdidas recientes que aquellos que no recaen. Existen indicios de que la falta de apoyo social puede estar asociado a una baja actividad de los linfocitos NK, células capaces de destruir las células cancerígenas (así como las células infectadas por virus) cuando estas aparecen e impedir así el desarrollo de la enfermedad.
4. Incapacidad para expresar las emociones negativas. Las personas proclives al cáncer tienen una gran dificultad para expresar emociones de ira, agresividad, y otras emociones negativas, mientras que expresan emociones positivas (amor, solidaridad, etc.) en exceso. Suelen ser amables, preocupados por agradar y se presentan imperturbables ante el mundo. Son personas que se describen a sí mismas como con tendencia a guardarse la ira dentro. Es decir, no es que no sientan estas emociones, pues las sienten en la misma medida que la mayoría de las personas, pero en vez de expresarlas de un modo asertivo y apropiado, tratan de ignorarlas y suprimirlas sin llegar a procesarlas correctamente ni a solucionar el problema.
Esta tendencia procede tanto de factores genéticos como de los patrones de interacción familiar, que llevan a una persona a aprender a reaccionar ante las dificultades, los acontecimientos estresantes o los traumas, suprimiendo la manifestación de sus necesidades y sentimientos. Así, suprimen sus propias necesidades en favor de las de las otras personas, las cuales sitúan por encima de las propias. Eso conlleva la eliminación de emociones negativas (enfado, ira, desagrado, injusticia, frustración, etc.) mostrándose sumiso, cooperativo y tranquilo.
En condiciones normales, cuando no existen acontecimientos especialmente estresantes, las buenas relaciones que logra tener con los demás, pueden compensar el malestar originado por la supresión de sus necesidades. Sin embargo, el bloqueo excesivo de la expresión de los sentimientos y necesidades tiene consecuencias negativas para la salud física y mental, sobre todo cuando los deseos o sentimientos que suprime son muy intensos (por ejemplo, en situaciones altamente injustas o estresantes).
Esto crea una gran tensión interna y estrés, que originan emociones negativas ante las cuales reacciona del mismo modo, suprimiéndolas y mostrando una fachada de normalidad y autosuficiencia a pesar de sentir un gran desamparo. De hecho, pueden llegar a ignorar incluso síntomas físicos, así como sentimientos de soledad, tristeza, miedo, etc. Así, la persona comienza a sentirse deprimida, pero esta depresión no se debe a un acontecimiento concreto, sino que se debe a la sobrecarga acumulada de necesidades y sentimientos sin expresar.
Cuando la persona se ve sobrecargada por el estrés acumulado, se da cuenta de que no puede continuar, y tiende a reaccionar de tres modos diferentes:
a) Comienza a cambiar y a desarrollar un estilo más adecuado de afrontamiento de los acontecimientos estresantes.
b) La fachada se derrumba y su desesperanza se hace manifiesta.
c) Continua utilizando el mismo patrón tipo C, lo cual le crea cada vez más tensión.
Tanto la depresión como el desamparo o desesperanza son capaces de reducir la función de las células NK y, de este modo, influir sobre la aparición, desarrollo y recurrencia del cáncer.
Así mismo, este comportamiento puede inducir a una persona a la realización de conductas de riesgo para el cáncer, como el consumo de alcohol y tabaco.
La tendencia a la evitación emocional presenta las siguientes características:
1. Evitación de situaciones que producen emociones negativas.
2. No expresión de las emociones negativas a otras personas, con lo cual se intensifican estas emociones.
3. No afrontar los acontecimientos conflictivos.
La evitación emocional también puede estar relacionada con una menor tendencia a detectar síntomas físicos, los cuales también desea ignorar. Esto retrasa la búsqueda de ayuda médica y, por tanto, produce un retraso en el diagnóstico y tratamiento del cáncer.
A niveles biológicos, la tendencia a la evitación emocional produce una disminución de la actividad del sistema simpático adreno-medular, lo cual parece ir asociado a un funcionamiento más pobre de las células NK, que contribuiría al inicio, progresión o desarrollo del cáncer.
El estilo de evitación emocional también puede estar enmascarando una depresión. La depresión, sobre todo cuando se caracteriza por la presencia de síntomas físicos, como enlentecimiento psicomotor y fatiga, puede ir asociada a una disminución de la actividad del sistema nervioso simpático, lo cual convertiría a estas personas en un grupo de alto riesgo.
También hay que tener en cuenta la intervención de otros elementos inmunológicos, como los linfocitos T, el interferón y algunos péptidos y, a su vez, ha de tenerse en cuenta la relación existente entre el sistema neuroendocrino y el inmunológico (la relación entre estrés y depresión del sistema inmunitario), lo cual complica las vías de investigación de la influencia de las variables psicológicas en la iniciación, evolución y recurrencia del cáncer.