Autora: Ana Muñoz
Cuando observamos la conducta agresiva y violenta de tantas personas, son muchas las preguntas que se nos plantean. ¿Por qué actuamos así? ¿En qué condiciones? ¿Influye la violencia en televisión? ¿Qué factores promueven la agresión? En este artículo se intenta responder a estas y otras preguntas.
En 1986, la revista Psychology today realizó la siguiente pregunta: si pudiera apretar un botón en secreto y eliminar a cualquier persona sin ninguna repercusión para usted, ¿lo haría? El 69 % de los hombres y el 56% de las mujeres respondieron que sí. La mayoría de las mujeres habría eliminado a jefes, ex maridos o ex novios y a anteriores parejas de sus actuales compañeros. La mayoría de los hombres preferiría eliminar al presidente o a alguna figura pública.
Una encuesta realizada en Estados Unidos durante los años ochenta mostró que el 15% de los estudiantes universitarios encuestados harían desaparecer la Unión Soviética si estuvieran seguros de que no habría represalias. Una acción como esta supondría la muerte de unos cien millones de personas.
La agresión se define como el comportamiento que intenta hacer daño u ofender a alguien, ya sea mediante insultos o comentarios hirientes o bien físicamente, a través de golpes, violaciones, lesiones, etc. La palabra clave para definir la agresión es, por tanto, la intención de dañar y es además la que la diferencia de otros tipos de violencia, en la que el motivo puede ser, por ejemplo, la autoafirmación u obtener supremacía y que se define como la coerción física o psíquica ejercida sobre una persona para obligarla a hacer un determinado acto en contra de su voluntad.
Tipos de agresión
A veces el daño se infringe sin ningún otro motivo más que el de causar tal daño, como golpear a una persona arrastrados por la ira tras un insulto. En este caso recibe el nombre de agresión emocional u hostil. En cambio, cuando el daño se produce para obtener algo a cambio (impedir el ascenso de un competidor en el trabajo mediante difamaciones y calumnias; obtener dinero) recibe el nombre de agresión instrumental.
Agresión pasiva
No hacer nada en absoluto podría considerarse también un tercer tipo de agresión, denominada agresión pasiva, cuando lo que se pretende es perjudicar a alguien. Por ejemplo, no avisarle de que se acerca por su espalda un coche que podría atropellarle. En estos casos la hostilidad se manifiesta de forma indirecta y no violenta. Es más frecuente en el trabajo, aunque también se da en otras situaciones sociales y en las relaciones de pareja. Un ejemplo sería "olvidarse" voluntariamente de hacer algo. Así, cuando un compañero de trabajo con muchas prisas nos pide que entreguemos por ellos un informe, nos "olvidamos" de hacerlo, lo que le supone una buena bronca del jefe (que es lo que en realidad pretendíamos).
Quienes utilizan a menudo este tipo de agresión pasiva suelen ser personas con resentimiento hacia figuras de autoridad y con problemas para su reafirmación personal. No son capaces de afrontar un problema cara a cara y de forma directa, de modo que recurren a formas indirectas de tratar con la ansiedad y la frustración que sienten.
El origen de la agresión
Algunos científicos, como K. Lorenz (1966), proponían una hipótesis que sostenía que la evolución ha propiciado que sobrevivan los más crueles y agresivos. Esto contrasta con la idea, sostenida por la psicología moderna, de que el altruismo puede ser también parte de nuestra herencia filogenética, ya que la conducta altruista favorece la supervivencia del individuo y la especie al ayudarse unos a otros. Las conductas altruistas se han observado también en otras especies: en un experimento realizado con monos que habían aprendido que sólo recibirían comida si tiraban de una cadena, se vio que cuando al tirar de dicha cadena observaban cómo otro mono de su misma especie recibía una descarga eléctrica, el 87% prefirió pasar hambre antes que herir a un compañero. Aquí habría que señalar que en un experimento parecido realizado con personas (en este caso las descargas eran fingidas) en el que un experimentador ordenaba a un sujeto aplicar descargas a un compañero como castigo, el 40% de los sujetos obedece. Por supuesto, ambas situaciones no son idénticas y tal vez no puedan establecerse comparaciones, ya que los factores psicológicos que intervienen pueden ser diferentes.
La sociedad ejerce también una gran influencia modelando estos comportamientos de forma diferente según las diversas culturas (en occidente, por ejemplo, la mayoría de las personas prefiere devolver el golpe, mientras que en China prefieren retirarse). Así mismo, cada individuo tiene la capacidad de ejercer control incluso sobre las conductas o motivaciones con un mayor condicionamiento biológico, como puede ser el hambre (en el caso de las dietas) o el sueño, cuando decidimos pasar la noche entera despiertos.
¿Qué desencadena la agresión?
Las diferencias interindividuales e intergrupales a la hora de manifestar o no un comportamiento agresivo, hace resaltar un aspecto importante en el estudio de la agresión: está en función de cómo las personas perciben e interpretan algún suceso o situación. Si se percibe un empujón como intencionado y hostil, hay más probabilidades de reaccionar de forma agresiva.
En el caso de la agresión instrumental, ésta es más probable cuando se percibe como rentable que cuando la vemos como potencialmente peligrosa para nosotros. Hay varios factores que pueden llevar a un aumento de las conductas agresivas. Uno de ellos consiste en pensar que la agresión es fácil o haberla utilizado con éxito en el pasado. Observar modelos agresivos que nos muestran cuándo y cómo la agresión puede tener éxito enseñan patrones de conducta agresivos que la gente puede imitar incluso si han sido castigados en los modelos, ya que una vez aprendido el comportamiento puede utilizarse en una ocasión en la que se piense que el castigo u otras consecuencias negativas son menos probables.
También existen diferencias entre sexos, siendo los hombres más agresivos que las mujeres. La agresión parece más fácil y menos arriesgada para los hombres y suelen verla como menos peligrosa. Las diferencias en la educación así como características biológicas pueden estar influyendo también en estas diferencias entre sexos.
La agresión emocional
En la agresión emocional las recompensas y los costos suelen importar poco y la ira que se siente al percibir una provocación puede ser el desencadenante de la violencia. Como se ha dicho, la percepción de los acontecimientos es importante y a veces la agresión se produce sin que los demás sean capaces de reconocer el motivo debido a que sus interpretaciones de la situación pueden ser diferentes y no suponer para ellos un motivo de rabia. Aunque las primeras teorías sostenían que era la frustración (definida como el bloqueo en la consecución de un objetivo importante) la principal causa de la agresión, se ha visto que casi cualquier sentimiento negativo puede producir agresión. Entre estos sentimientos se encuentran, además de la frustración , la ira, el dolor, el miedo y la irritación. Las situaciones que pueden llevar a experimentar estos sentimientos son amplias y entre ellas se encuentran el calor o el frío excesivos, el hacinamiento, el ruido elevado y hasta olores desagradables.
La agresión no siempre se dirige, necesariamente, hacia la persona que nos ha provocado. A veces se desplaza de su verdadero blanco a otro que se considera más seguro, como cuando la rabia dirigida hacia un jefe que podría despedirnos se expresa dándole una patada al perro al llegar a casa. Esto produce cierto alivio de los sentimientos negativos, aunque el verdadero motivo puede no reconocerse conscientemente debido a que algunas personas no suelen detenerse a preguntarse el porqué de determinados sentimientos que están experimentando y no saben de dónde vienen realmente. En otras ocasiones, cuando el motivo de nuestra irritación es, por ejemplo, una ola de calor, puede ser difícil darse cuenta de esto, de forma que cuando alguien nos provoca o insulta, la alteración preexistente se suma con la ira sentida por la provocación y aumenta la posibilidad de agresión. Es decir, una ola de calor no nos vuelve agresivos, sino que puede hacer más intensos los sentimientos negativos que experimentemos por otros motivos.
Por otra parte, si tras provocar a una persona se la convence de que su alteración se debe a los efectos de una droga que acaba de consumir, por ejemplo, la agresión se reduce. Esto demuestra la importancia de nuestras interpretaciones, tanto de la situación como de nuestros propios sentimientos, a la hora de actuar de una u otra forma.
Si nos convencen (o nos convencemos) de que algo en realidad no nos ha molestado y encontramos otra causa a la que achacar el malestar que sentimos y que sea incompatible con la agresión (como la influencia de una droga en el ejemplo anterior), este malestar se desvanece.
Factores que promueven o disminuyen la agresión
Los padres agresivos tienen hijos agresivos, mostrando a sus hijos las formas de agredir y enseñando mediante su conducta que ésa es la forma apropiada de resolver conflictos. Se ha visto con frecuencia que los padres de niños que acabaron convirtiéndose en delincuentes no estimularon su buen comportamiento y fueron rudos o inestables o ambas cosas a la hora de castigarlos.
Las imágenes violentas en televisión pueden aumentar la conducta agresiva de los espectadores. Un estudio realizado durante 22 años con un grupo de sujetos demostró que cuanta más violencia habían observado en televisión a la edad de ocho años, mayor era la probabilidad de haber sido condenados por crímenes violentos a la edad de treinta años. Los niños que ven violencia por televisión se comportan con más agresividad y pueden acabar viendo la violencia como un comportamiento aceptable.
Ser testigo de la violencia conduce también a la habituación y a la indiferencia ante este tipo de actos, que pueden llegar a verse como normales. Un estudio realizado en 1987 mostró cómo las personas que ven con frecuencia películas de puñetazos apenas se inmutan ante la violencia hacia la mujer.
La enseñanza de actitudes y comportamientos altruistas, incompatibles con la agresión, hacen que ésta disminuya, por lo que la educación juega un papel muy importante. Los niños que aprenden a respetar y a ser afectuosos con los animales son menos agresivos, así como aquellos que han aprendido a ponerse en el punto de vista de otros y conocer sus sentimientos.
La forma cómo vemos a los demás es importante. Si se percibe a una persona o grupo como subhumano, como alguien que apenas merece ser considerado una persona o como un simple objeto al que no se aplican las normas de moralidad, resulta mucho más fácil agredirle. Las imágenes de violencia contra las mujeres (de tipo sexual o no) las deshumaniza y aumenta la probabilidad de que se conviertan en víctimas.
La semejanza y la pertenencia al mismo grupo puede disminuir la agresión. Hay más probabilidades de agredir a las personas diferentes, con quienes no nos sentimos identificados. Promover la igualdad ayuda a disminuir la violencia.
Las actitudes machistas aumentan la violencia contra la mujer, existiendo en estos casos mayor probabilidad de malos tratos, acoso sexual y violación.
Cuando las personas se ven a sí mismas como integrantes de un grupo más que como individuos, tienen más probabilidades de sentirse arrastradas por el grupo y llegar a cometer atrocidades que nunca cometerían en otra circunstancia. Es lo que se denomina proceso de desindividualización, en el que las personas dejan de lado su identidad personal y sus propios valores para convertirse en algo parecido a autómatas que sólo siguen las normas del grupo. De ahí que sea importante saber mantener la propia identidad sin llegar a fundirse por completo con la identidad del grupo.
El propio hogar se percibe a veces como un lugar que nos pertenece y donde nosotros creamos las normas, al margen de la sociedad. Esto puede hacer que esas normas sean diferentes de las existentes en el exterior, variando enormemente el comportamiento de una persona dentro y fuera de casa.
La permisividad social respecto al castigo físico a los hijos, la tendencia a no inmiscuirse en los asuntos familiares de los demás aunque se den comportamientos violentos y el hecho de percibir a los hijos como algo que nos pertenece puede aumentar la violencia hacia los niños.
Las armas evocan pensamientos violentos y estos pensamientos hacen más posible la conducta violenta. Lo mismo sucede con cualquier otro objeto asociado a la agresión, como un puño cerrado.
La agresión es, desgraciadamente, un comportamiento bastante extendido y del cual somos testigos a diario, en cualquiera de sus formas.
Tal vez el motivo principal es que funciona. El niño que golpea más fuerte es el que consigue el mejor juguete; los padres que pegan a sus hijos obtienen resultados; el hombre que se muestra agresivo puede conseguir el elogio de cierto tipo de hombres; el mal humor y los comentarios hirientes pueden servirnos para librarnos de hacer algo que no nos gusta. La agresión, física o verbal, directa o indirecta, es una forma asequible, rápida y, en ocasiones, fácil, de conseguir lo que queremos sin tener que molestarnos en pensar demasiado. Sin embargo, también tiene su precio: va siempre acompañada de sentimientos negativos, como hostilidad o ira que, además de hacernos sentir mal, aumentan el riesgo de problemas graves de salud, como enfermedades coronarias.
Puede ir seguida de sentimientos de culpa, llevarnos a ser rechazados por otras personas e incluso apartados del grupo (este rechazo puede dar lugar en los niños a problemas de aprendizaje). La repetición de actos agresivos da lugar a personalidades agresivas y la violencia continua vuelve a las personas insensibles hacia ella. Matar por segunda vez es siempre más fácil.