Autora: Ana Muñoz

“Cuando empiezo a hablar en público, espero que todo vaya a ir bien, que mi voz suene normal, que mis rodillas no tiemblen y que todo salga correctamente. Pero entonces, mi corazón empieza a latir con fuerza, mi boca se seca, mi voz se vuelve temblorosa y mi mente empieza a estar confusa hasta que me quedo en blanco y no recuerdo ni lo que acabo de decir ni lo que iba a decir después. Pienso que parezco un absoluto idiota”.

Cuando una persona siente ansiedad, como en el ejemplo anterior, prácticamente todos los sistemas de su cuerpo se ven afectados. A nivel fisiológico, aparecen síntomas como taquicardia, boca seca, sudoración o temblores. A nivel cognitivo, se dan una serie de pensamientos amenazantes (“Pienso que parezco un absoluto idiota”). A nivel motivacional, la persona desea escapar de la situación y estar lo más lejos posible o que se la trague la tierra. A nivel afectivo, aparece una emoción sumamente desagradable de miedo o terror. Y a nivel comportamental, se produce una inhibición, como los problemas para hablar que vemos en este ejemplo.

Esta reacción es involuntaria y toma control total de la persona, impidiéndole hacer lo que deseaba hacer (en el ejemplo anterior, hablar en público con normalidad). Y esto sucede  precisamente en el momento en que más necesita tener el control de sí misma y ser capaz de funcionar de manera efectiva. Pero, ¿por qué pasa esto?

Qué es la ansiedad y por qué se produce

La ansiedad es, en muchas circunstancias, una respuesta normal que se produce cuando una persona percibe una posible amenaza. Su función es protegernos de dicha amenaza, haciendo que evitemos la situación, salgamos corriendo o luchemos.

Así pues, por una parte, los síntomas relacionados con la ansiedad tienen una función adaptativa. Por otra parte, dado que vivimos en una ambiente muy diferente al de nuestros antepasados prehistóricos, es posible que los síntomas que entonces eran adaptativos no lo sean tanto en la actualidad. Algunos autores afirman que la evolución ha favorecido los genes de la ansiedad, puesto que en una situación ambigua puede haber más probabilidades de sobrevivir si te asustas y retrocedes sin motivo, que si no te asustas ni retrocedes cuando sí tienes motivo.

Si a esto le unimos nuestro propio pensamiento y una tendencia a exagerar la importancia de ciertos acontecimientos, entonces no resulta nada extraño que los trastornos de ansiedad sean tan comunes.

Pensamiento y ansiedad

Cuando una persona siente ansiedad, lo que más destaca de dicha experiencia es esa sensación de intenso malestar (miedo, terror, angustia) y los síntomas fisiológicos que está experimentando. Por este motivo, se le suele dar una mayor importancia a estos síntomas y no se tiene muy en cuenta el pensamiento. Sin embargo, el pensamiento juega un papel central en la aparición de la ansiedad. Aunque la gente no suele tener muy en cuenta su pensamiento y en muchos casos ni siquiera es consciente de lo que pasa por su mente, cuando les preguntamos, vemos que su cabeza está llena de imágenes y pensamientos amenazadores.

Ignacio es un hombre de  40 años que corre por el campo, en una zona montañosa y complicada. Ha corrido más veces por allí y a veces ha sentido debilidad, cansancio, temblor en las piernas, falta de aliento e incluso un ligero mareo. Ha ignorado estos síntomas porque los ha interpretado como una consecuencia normal del ejercicio físico y, por tanto, algo no amenazante. Esta vez, sin embargo, las circunstancias son diferentes. Su hermano, de 37 años de edad, ha tenido recientemente un infarto. Cuando Ignacio va corriendo por el campo y empieza a sentir esos mismos síntomas que ha sentido otras veces, no los interpreta de la misma manera, sino que en su mente aparece de repente un pensamiento amenazante que ha rondado por su cabeza desde que su hermano tuvo el infarto: “¿Y si me pasa a mí?” De repente, lo que antes eran para él reacciones normales al ejercicio físico, se convierten en terribles amenazas: la posibilidad de tener un infarto. En su mente se forman con rapidez imágenes que le aterran. Se ve a sí mismo tirado en el suelo en mitad del campo sin que nadie pueda ayudarle, y  ya no solo tiene miedo a tener un infarto sino también a morir. Todos esos pensamientos e imágenes mentales hacen que se sienta cada vez más ansioso hasta acabar teniendo un ataque de pánico.

El peligro futuro

El rasgo principal de la ansiedad es que es una respuesta que se produce como consecuencia de la percepción de una amenaza futura. Es decir, la persona considera que algo terrible puede pasar o está a punto de pasar, que existe una amenaza que puede causarle un daño físico o emocional.

Las sensaciones fisiológicas que tuvo el corredor del ejemplo anterior implicaban para él la amenaza de tener un infarto y la posibilidad de morir. Hablar en público puede significar para una persona exponerse a hacerlo mal delante de todos y quedar como un idiota, ser objeto de burlas, desprecio o rechazo. En nuestro pasado prehistórico, el desprecio del grupo podía suponer la expulsión y eso era casi una sentencia de muerte. Por este motivo, no es extraño que la ansiedad social sea tan común en la actualidad. Las personas con mayores niveles de ansiedad social tenían más probabilidades de sobrevivir.

Por tanto, la ansiedad sirve para advertir a la persona de la existencia de un posible peligro físico o sanción social. De hecho, una persona puede sentirse ansiosa solo por pensar o imaginarse a sí misma en esa situación temida, debido a todas las cosas horribles que cree que podrían pasarle.

Ansiedad normal frente a ansiedad patológica

Si la situación temida que imaginas consiste en caminar por un alambre a 50 metros de altura, la respuesta de ansiedad parece perfectamente normal. Si lo intentas, puede que tus piernas se paralicen, que no puedas avanzar o que te marees. Estos síntomas te obligan a alejarte de inmediato de una situación potencialmente peligrosa.

Pero esa misma reacción puede aparecer al ver un inofensivo perro, una mariposa o al imaginar que le pides un ascenso a tu jefe. La respuesta en todas estas situaciones es la misma: evalúas la situación (pedir un ascenso, caminar por un alambre a 50 metros, etc.) y la interpretas como amenazante; es decir, consideras que algo muy malo puede pasarte si sigues adelante. Esta interpretación puede ser realista o puede no serlo. Cuando no es realista, sino exagerada y te impide conseguir cosas que deseas y que son positivas para ti, entonces estamos ante la presencia de un trastorno de ansiedad que puede tratarse eficazmente mediante una psicoterapia cognitiva o cognitivo-conductual.

Así pues, en los trastornos de ansiedad no existe un peligro real, sino una interpretación exagerada o errónea de una situación determinada y del peligro que planeta. Por tanto, la respuesta de ansiedad es inapropiada y, en vez de protegerte de un peligro real, te impide actuar de un modo eficaz.

¿Qué hace que aumente la probabilidad de sentir ansiedad?

Cuanto más realista sea tu interpretación de la situación, menos probabilidad tendrás de sentir ansiedad; por este motivo, es muy importante pensar correctamente. Las personas más ansiosas tienden a exagerar las consecuencias negativas que pueden tener lugar.

Cuanto más realista sea la opinión que tienes de ti mismo/a y tu capacidad para afrontar las diversas situaciones de la vida diaria, menos probabilidad tendrás de sentir ansiedad. Las personas ansiosas tienden a considerarse menos capaces de lo que en realidad son.

Cuanto más dispuesta esté una persona a aceptar y soportar el malestar de las situaciones más problemáticas o difíciles, menos probabilidad tendrá de sentir ansiedad. Las personas más ansiosas piensan que no podrán soportar el malestar emocional que sentirían.

Por el contrario, cuanto mayor sea tu predisposición a buscar soluciones para afrontar las situaciones temidas, en vez de huir de ellas, menos probabilidades tendrás de sentir ansiedad.

¿Cuáles son los síntomas de la ansiedad?

La ansiedad produce una activación física, acompañada de una serie de síntomas fisiológicos como aceleración del ritmo cardiaco, sudoración, sensación de mareo, sensación de falta de aire, temblores, tensión muscular, dolor abdominal, respiración agitada, sensación de nudo en la garganta, deseo urgente de orinar, rubor facial o palidez, etc.

A nivel emocional, aparecen síntomas como sensación de miedo y peligro, inquietud, incomodidad o pánico.

A nivel cognitivo pueden producirse problemas para concentrarse y para pensar o recordar, y confusión mental. También suelen aparecer pensamientos catastrofistas, como "lo estoy haciendo fatal, es horrible, haré el ridículo, no valgo para nada..."

Pueden producirse también movimientos nerviosos y los músculos pueden volverse rígidos, lo que hace que los movimientos sean torpes, poco precisos o bruscos, y que no se pueda realizar correctamente ciertos movimientos como escribir.

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