Autora: Ana Muñoz
El trastorno de identidad disociativo, antes llamado trastorno de personalidad múltiple, consiste en la presencia de dos o más identidades o estados de personalidad (cada una con un patrón propio y relativamente persistente de percepción, interacción y concepción del entorno y de sí mismo). Al menos dos de estas identidades o estados de personalidad controlan de forma recurrente el comportamiento del individuo.
La disociación es un estado en el que una persona se separa de la realidad. La persona con un trastorno de identidad disociativo es incapaz de recordad información personal importante debido a que se trata de acontecimientos que han ocurrido cuando otra de las identidades tenía el control.
Es un trastorno que aparece en la infancia, nunca en la edad adulta, aunque persiste durante la edad adulta.
Causas
El trastorno de identidad disociativa es un mecanismo de defensa para poder sobrellevar el dolor y el miedo provocado por un abuso y negligencia emocional repetida durante la infancia. Los estudios indican que la negligencia emocional en la infancia, perpetrada por padres/madres o hermanos/as es el principal predictor de un trastorno disociativo en la edad adulta.
Hasta el 99 % de las personas que desarrollan trastornos disociativos tienen antecedentes personales reconocidos de trastornos o traumas recurrentes, abrumadores y, a menudo, potencialmente mortales en una etapa sensible del desarrollo de la infancia (generalmente antes de los 6 años).
Por desgracia, la persona que abusa de ese niño o niña suele ser también la persona que lo cuida y le muestra afecto en otras ocasiones, de manera que el niño se encuentra en una situación totalmente impredecible de expresión de amor alternando con abuso y, posiblemente, otros tipos de maltrato. Así, los niños perciben a su cuidador como peligroso y seguro al mismo tiempo. Cuando este estado resulta abrumador, se alzan las defensas psíquicas en forma de disociación.
La persona con TID a menudo se siente muy aislada o sola, en el sentido de que cree que es la única persona en el universo que es "diferente" de los demás y no se comprende a sí misma. Por lo tanto, experimentan despersonalización y desrealización. DePrince y sus colaboradores1 encontraron que la alienación era la única variable de evaluación cognitiva para diferenciar el TID del TEPT (trastorno de estrés postraumático). Si bien los grupos tenían valoraciones similares de vergüenza, traición, culpa, ira y miedo, las personas con TID experimentaban más alienación (es decir, se sentían solos, desconectados y diferentes).
Es decir, son niños que se encuentras aislados y solos, además de ser víctimas de abuso. Al no contar con nadie que le ayude a procesar el abuso que padece, el niño o niña se ve obstaculizada en su capacidad de dar sentido a estas experiencias a través de la narrativa y la contención de los estados afectivos activados, inhibiéndose así la integración del abuso con otras experiencias autobiográficas.
En consecuencia, las representaciones de las experiencias de abuso/negligencia no llegan a integrarse y, con más incidencias y aislamiento, la capacidad del niño para desarrollar un sentido del yo en relación con los demás, basado en una narrativa coherente que incluya las experiencias de abuso, se ve obstaculizado y pueden comenzar a formarse identidades disociativas.
El ambiente familiar
El entorno familiar de estos niños es altamente disfuncional, caracterizado por la negación, las violaciones de los límites, las distorsiones de la realidad, la paranoia, el narcisismo y las actitudes dramáticas, que generalmente tienen el propósito de mantener la estructura familiar.
Los familiares de pacientes con TID padecen frecuentes cambios de humor, ira intensa e incapacidad para controlar la ira, experiencias disociativas transitorias o ideas paranoicas y confusión de identidad con mayor frecuencia que el resto de las personas.
En una familia con características disociativas, los individuos pueden intercambiar sus roles sociales a lo largo del tiempo, alternando entre ser víctima, abusador y salvador. Los padres/madres pueden mantener la confianza y presentarse en un papel positivo (afectuoso, compasivo), pero pueden recurrir a un estilo de crianza abusivo (agresivo, insistente) en cualquier momento. Estas actitudes cambiantes de los padres crean en los niños sentimientos contradictorios.
La amnesia disociativa es una respuesta adaptativa ante el abuso infantil que permite que el niño/a mantenga el apego a una figura abusiva que también es vital para su desarrollo. La disociación puede ayudar a las personas a sobrevivir en un mundo de mensajes contradictorios.
La personalidad disociada
Disociar significa romper la asociación entre dos cosas. En la disociación se rompe la asociación entre emociones y/o pensamientos y la conciencia; entre cadenas de conducta; o entre emociones, conductas y pensamientos.
Cada personalidad posee una forma de ser y comportarse consistente y distintiva y una memoria e historia personal relativamente separada del resto de las personalidades. El control del cuerpo se transfiere de una personalidad a otra, pero el individuo en su conjunto nunca está fuera del contacto con la realidad (siempre hay una personalidad que está en contacto con ella).
La personalidad principal (aquella que tiene el control la mayor parte del tiempo) tiene periodos de amnesia, pues durante esos periodos otra personalidad ha tenido el control.
Pueden existir personalidades completas o sólo fragmentos. Estos fragmentos existen sólo por periodos limitados y con un propósito concreto. Normalmente una sola persona no tiene más de entre 2 y 10 personalidades completas, aunque puede tener una gran multitud de fragmentos que aparecen y desaparecen según las necesidades.
Con el abuso (trauma) repetido se producen repetidos episodios de disociación, en los que el niño o niña separa determinadas emociones, conductas o pensamientos de su conciencia. Estas emociones, conductas y pensamientos disociados empiezan a unirse entre sí mediante un tema afectivo común. Por ejemplo, las emociones y pensamientos de ira se separan de la conciencia y se asocian entre sí para formar una personalidad altamente agresiva y despreciativa. Conforme pasa el tiempo y el abuso continua, esta personalidad agresiva va teniendo su propia historia, formada por patrones de respuesta relacionados con la ira y la agresividad.
De este modo, la personalidad queda dividida. La persona puede sospechar la existencia de otras partes de sí misma, aunque no sea del todo consciente del alcance de su comportamiento inconsistente. La barrera de la amnesia impide que un personalidad pueda llegar a ser del todo consciente de las vidas de las otras personalidades, aunque sí puede sospechar algo.
No todas las personas son capaces de disociar, pero aquellas que nacen con un capacidad innata para hacerlo, suelen responder de este modo ante el abuso continuado, como un modo de escapar de él. La persona capaz de disociar suele ser artísticamente creativa y con una alta capacidad para ser hipnotizada.
Por tanto, para que aparezca el trastorno han de darse las siguientes características:
- Que la víctima tenga una predisposición psicobiológica para disociar como mecanismo de defensa.
- Que suceda un acontecimiento traumático que desencadene la disociación.
- Que sucedan traumas repetidos que encadenen las diversas disociaciones en una nueva identidad.
Es decir, no todas las personas que han tenido un episodio disociativo como respuesta a un trauma desarrollan un trastorno de identidad disociativo. Para ello es necesario que el trauma sea repetido a lo largo del tiempo.
La persona que no tiene capacidad para disociar y es víctima de abuso severo y repetido puede desarrollar un trastorno de estrés postraumático (TEPT), depresiones repetidas, con ideación suicida o psicosis. El TEPT suele ser la respuesta a un incidente único de abuso. La depresión recurrente y la conducta suicida son con frecuencia indicios de abuso sexual recurrente en niños, adolescentes y, en ocasiones, adultos.
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Referencias: 1: Alienation appraisals distinguish adults diagnosed with DID from PTSD. DePrince AP, Huntjens RJ, Dorahy MJ. Psychol Trauma. 2015 Nov; 7(6):578-82.